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Los niños en Intemperie de Jesús Carrasco, La mortaja de Miguel Delibes y Pippi Calzaslargas de Astrid Lindgren


 
 
Llevamos varios meses investigando sobre los niños. Los niños y su comportamiento en diferentes obras y en esta ocasión le ha tocado el turno a Los muchachos de Intemperie de Jesús Carrasco, La mortaja de Miguel Delibes y Pippi Calzaslargas de Astrid Lindgren.

Tras la lectura de los tres libros se creó en el seminario un ambiente discursivo que nos ha hecho establecer similitudes y vínculos entre las dos primeras obras que suceden en época de posguerra. Dos muchachos que enfocan sus vidas, unas vidas difíciles desde distintas perspectivas.

Comentando Pippi sólo hemos disfrutado y sonreído. También Federico Martín Nebras, en su exposición de este libro ha recuperado un artículo que se publicó hace años en la revista de Acción Educativa.

Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) vive en Sevilla, donde trabaja como redactor publicitario, actividad que compagina con la escritura. Los primeros microrrelatos que escribió fueron escuchados en la Cadena Ser. Intemperie es su primera novela. Los críticos comparan su trabajo con el de Delibes, Hernán Rivera Letelier o José Donoso. Carrasco se reconoce lector, y deudor, de la literatura norteamericana: Carver, Richard Ford, John Updike, John Cheever o Cormac McCarthy.

Intemperie narra la historia de un niño que está solo en un lugar que perfectamente podríamos identificar con la tiranía. Se trata de un mundo herméticamente cerrado, rural, donde no hay datos, fechas ni nombres propios. El muchacho es llamado como "muchacho", el personaje encargado de ayudar al muchacho será el "pastor" y el agresor "el alguacil". El textos está constituido por un rico vocabulario que nos conduce a la zona del sur de Extremadura si nos fijamos en el uso que hace de distintos localismos o el modo en que nombra los distintos elementos naturales.

El muchacho, personaje central de la obra al que se nos presenta desde las páginas iniciales en una frenética huida, repudia lo cultural y necesita naturalizarse, ser salvaje, porque percibe que su contacto con la cultura lo ha llevado a la perdición. En ese anhelo por escapar se percibe un regreso al útero materno; ha tomado la decisión de abandonar lo corrompido, lo vicioso y convierte la tierra, lo telúrico, en la madre, el elemento protector que lo aísla del sufrimiento. Ese trabajo regresivo de deshumanización es excesivamente costoso pero su voluntariedad lo hace soportar, porque al final va a obtener la entrada al paraíso, el regreso a la madre.

El muchacho ha tomado una decisión, su decisión y en esta decisión va implícita la conversión del hombre en animal. Repta por la seca tierra como una lagarto pues su única meta es la subsistencia.

Aunque no hay nombres, no hay datos, se acaba evidenciando que la novela es una novela de la Guerra Civil. El único hombre que ayuda al muchacho es un pastor, un ser desprotegido. Un marginal que protege a otro marginal.

Hay mucha memoria oculta en el libro que se sostiene a través de un pulso que pasa de una modorra narrativa a una solución rápida que más que ser una solución para el muchacho es una solución para sacar al lector de la angustia a través de una tregua en forma de tormenta. Sí hay un cumplimiento de la epifanía de la compasión pero queda la intriga de si la compasión es hacia el personaje del menor o hacia el yo lector.

La muerte no le salva de nada y… probablemente ni siquiera lo salve la lluvia, escenario que nos conduce al final de la novela.

En La Mortaja de Miguel Delibes aunque el personaje principal es también un niño que desarrolla su vida en un ambiente injusto y desfavorecido sí cobran importancia, tanto el niño como el resto de los personajes ya por su propio nombre. En Delibes, los nombres propios van creando pequeños micro mundos, pequeñas biografías que humanizan a los personajes.


La naturaleza sale en auxilio del muchacho cuando el padre muere. El niño encuentra la epifanía, la compasión: las cuatro luciérnagas. La naturaleza es generosa y ofrece la solución.

La técnica del flash-back es magnífica y empleada una y otra vez a lo largo del relato porque la mortaja es un cuento situacional. El tiempo y el espacio están en el mismo núcleo.

En ambas historias los autores representan la vida de una infancia atropellada por la guerra.

 
En Europa, terminada la Guerra Mundial se nos ofrece otro concepto del niño. Porque en el resto de Europa, a diferencia de España, con el fin de la guerra llegó el verdadero fin de la guerra. En España, hemos vivido una prolongación de la guerra porque nunca se resolvió.

Este es el caso de la autora Astrid Lindgren y su Pippi Calzaslargas. Encontramos a una niña activa y antiautoritaria que cuestiona todas las instituciones habidas desde siempre. La autora es protestante y ha vivido el nazismo. Es una mujer divorciada que tiene una hija y que ejerce como bibliotecaria hasta los 82 años.

Pippi es una literatura del non sense. Igual que hizo Lewis Carroll con su Alicia, Astrid Lindgren primero contó Pippi y luego lo puso por escrito.

Lo primero que hace la autora es prescindir de la familia. En sólo 7 líneas deja claro que la niña está sola, vive sola. Su madre ha muerto y su padre está desaparecido. Vive acompañada de un caballo y un mono. Es una niña anárquica porque es un libro anárquico. Una niña preguntona que tiene como amigos y vecinos a una familia conservadora pero sus amigos vecinos enseguida la entienden y entran en el juego. A partir de ahí Pippi hará un trabajo pedagógico socrático con los otros niños.

Es una obra donde el hilo narrativo no tiene importancia y puedes leerlo sin estar sujeto a una estructura y el personaje es la sublimación de todo lo que a un niño le gustaría hacer.

Es una obra que se puede leer en las escuelas a los niños, en los centros de secundaria a los muchachos especialmente de 1º y 2º. Seguro que no los dejará indiferentes.




 


 

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