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Encuentro con el autor Ignacio Sanz

Obras de Ignacio Sanz

Me urge, me urge escribir. ¡Son tantas las cosas que aprendimos ayer con Ignacio que no quiero olvidarlas! Ignacio deja el buen sabor de boca que dejan los seres humanos creíbles, los que son de verdad, los que dan de beber a los otros sus conocimientos, sus experiencias, sus vivencias sin esperar nada a cambio. No le da vergüenza emocionarse, como a los verdaderos poetas, pues es consciente de que el artista ha sido depositado en el mundo para proporcionar a los demás la posibilidad de salir del mismo. Escribir, leer, pintar, ver una buena película para ausentarte de lo que vivimos en el mundo diariamente. No hay ornamento, no hay pose, no hay nada en este autor que no sea verdad. Sólo humildad.

Y tras un brindis se marchaba emocionado a comer cocido con todos los miembros del Seminario porque entiende Ignacio que no hay nada más emocionante que el hecho de que un autor reciba la devolución de sus lectores en forma de afecto y cariño.

Ignacio Sanz, nacido en Lastras de Cuéllar, un pequeño pueblo de Segovia comienza su diálogo con el grupo diciéndonos que "cada uno de nosotros somos el niño que fuimos", como decía Luis Landero, al que nombra en numerosas ocasiones, tratamos de superar lo que hemos dejado atrás.  Y es verdad que el regreso a la infancia es algo universal. Comienza Ignacio hablando de su abuela a la que atribuye el don de la palabra y el don del sentido común. Dice el autor que era una catedrática que nunca pisó la universidad: "Igual me sacaba el sol de la cabeza con un vaso de agua, que me contaba un cuento, una retahíla o un chascarrillo" Le contaba la vida recurriendo constantemente a la tradición y eso para Ignacio fue determinante, la suerte de tener una abuela prodigiosa.

En su casa de la infancia no había libros pero nos recuerda su relación con D. Leoncio, un funcionario poliglota que hablaba ¡tres lenguas! y tenía la casa llena de libros.

Ignacio estudió Sociología aunque en el Instituto ya sentía devoción por la literatura, pero precisamente fueron los profesores de literatura, empeñados en hacer crecer árboles sintácticos y morfológicos en el cerebro de los niños, quienes le hicieron decantarse por estudios diferentes a los de la Literatura. Cuenta Ignacio cómo su profesora de literatura le preguntaba a él que quién era ese Miguel Hernández. Estudiaba en el nocturno porque trabajaba de botones y sólo con 14 años se cruzaba todo Madrid en Metro a las 11 de la noche (los niños de esa época éramos auténticos héroes)

Necesitaba salir de Segovia para poder volver...

Federico le introduce un nuevo tema: Te haces ceramista, oficio de mujeres desde el Neolítico... Ignacio cuenta que su pueblo era un pueblo de alfareros y aunque ya tenía trabajo en una Empresa de Seguros, pues en plan romántico, por ligarse a algo que tuviera relación con su pueblo, se apuntó a clases de torno.

Nos cuenta que la alfarería es un oficio extraordinario porque se hace con las manos, casi siempre en primavera y en verano, esto le permitía pasarse inviernos y otoños escribiendo, encerrado en la casa de su abuela.



Sus libros de viajes le llevan a narrarnos la vida de su amigo Abelino Hernández, un soriano con quien recorrió muchos rincones del país en bicicleta; de aqueí surgen obras como: Castilla de pie, Crónicas del Poniente castellano, Las hoces del Duratón... En este último viaje a las Hoces se le apareció la figura de San Frutos. San Frutos, en la cultura segoviana (25 de octubre) era el nombre del santo celebrado de una manera peculiar: los segovianos se iban a cazar pájaros con liga, algo que a Ignacio le pareció horrible, pero que le dio para poder escribir los Siete milagros que salvan siempre a los pájaros.

El último relato de sus fascinaciones geográficas tiene relación con el río Queiles que tiene 44 kilómetros y nace en la provincia de Soria a los pies del Moncayo; nace de un torrente que surge de la tierra y se desploma luego lentamente, pasa por dos ciudades episcopales que no tienen gobernadores civiles, como decía el gran Antonio Pereira. Es el río más hortelano de España pues a su derecha e izquierda sólo tiene huertas. En esta experiencia se cruzó con dos personajes excepcionales: Sor Mónica, una monja que tenía doble vida y Lucio Urtubia, un anarquista que a punto estuvo de hundir Citibank con la creación de una plancha de cheques que repartía ente gentes pobres...

Hacemos un pequeño descanso asistiendo al relato de "El cuento de la tía Miseria" que Federico escuchara de su boca hace años acompañado de Rodríguez Almodóvar y Agustín García Calvo.
Entramos en una nueva etapa en la vida de Ignacio, que es la de los martes literarios en Segovia


Esta tertulia a la que cada martes asistía un autor distintos acaba de ser clausurada, como tantas cosas que se cierran, recortan, desaparecen, se esfuman en estos tiempos de mafia, miedo, miseria y rechazo hacia el mundo de la cultura. La comenzó Joaquín Díaz y la ha terminado Amancio Prada.
Asistían a ella narradores, algunos poetas, cineastas, novelistas.

Recuerda con gran afecto el paso de Antonio Gamoneda, al gran cuentista Antonio Pereira, al novelista Luis Landero, al narrador Quico Cadaval...


En la segunda parte de la sesión nos habla de su libro Una vaca, dos niños y trescientos ruiseñores, premio de novel Ala Delta del 2010. Ignacio nos cuenta, generoso, que esa historia se la escuchó en Cambrils al poeta del Bierzo Juan Carlos Mestre conocedor de tal anécdota porque su vida ha estado muy ligada a Chile, país de nacimiento de Vicente Huidobro, poeta de las vanguardias de quien trata la historia de este libro. La anécdota es de un belleza y una extravagancia inauditas.

Vicente Huidobro viaja a España en un barco portando en él una vaca para que sus hijos no extrañaran en el país extranjero el sabor de la leche que estaban acostumbrados a tomar. En Mallorca, el poeta queda preso del novedoso canto de los ruiseñores, novedoso a sus oídos y tan mágico y embaucador le parece que decide llevar a los ruiseñores a su país. El ruiseñor, ave insectívora que sólo se alimenta de moscas y mosquitos no conseguirá cruzar el frío Estrecho de Magallanes para llegar a Chile. 

¿Cómo iban a soportar unos pájaros encargados de anunciar la primavera tan bajas temperaturas?

Vicente Huidobro, presa de los furores poéticos que le asaltan en el barco, para escribir su Altazor, hará responsables a sus dos hijos del cuidado de los ruiseñores en tan largo trayecto. Ellos narran a los lectores la peripecia en forma de diario infantil.

Ignacio reconoce que rescató de esta historia todo lo que se le antojó y que de ella eliminó todo lo que le estorbaba: en lugar de 600 ruiseñores él se quedó con 300, en lugar de dejar la vaca en Mallorca, como hiciera Huidobro en realidad, él la trajo de vuelta a Chile en el barco, etc, etc.

A lo largo de esta pequeña historia y también el El domador de palabras Ignacio Sanz emplea el género epistolar por el que se siente muy atraído.

Ignacio Sanz acaba de recibir ( y es ya la segunda) el Premio Ala Delta, ahora en 2012 por su obra El hombre que abrazaba a los árboles y que será próximamente editado por Edelvives, seguro, seguro que será una historia genial.

Quisimos hacerle un regalo a Ignacio en forma de recital con versos de Huidobro, entre ellos estos de su Altazor que a mí se me quedaron guardados en el cajón indómito de la memoria.

Y se cambian día y noche 
 Ojo por ojo.
 Ojo por ojo como hostia por hostia 
Ojo árbol
 Ojo pájaro
 Ojo río 
 Ojo montaña
 Ojo mar
 Ojo tierra
 Ojo luna
 Ojo cielo
 Ojo silencio
 Ojo soledad por ojo ausencia 
Ojo dolor por ojo risa.









Y terminamos nuestro encuentro a golpe y galope de brindis: ¡salud, Ignacio! ¡Salud a todos!




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