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La espiral de la vida


¿Adónde va la sorpresa
casi cotidiana del atardecer
adónde va el mantel de la mesa
el café de ayer?
 
¿Adónde van los pequeños
terribles encantos que tiene el hogar?
¿acaso nunca vuelven a ser algo?
¿acaso se van y adónde van
¿adónde van?
(Silvio Rodríguez)
  

Muchas de las mañanas que nos reunimos en el Seminario de Literatura Ana Pelegrín, en la Biblioteca de Acción Educativa, amanece lloviendo. Mítica fue aquella en la que invitado Jesús Marchamalo, tuvo que aguantar a la interperie a los pies de la estatua de Baroja, esperando al maestro Federico...

Pues bien, este nuevo curso amanecía de nuevo con lluvia, pero también con regalos. Despedíamos de su papel como coordinadora principal del Seminario a Sierra Díaz del Campo, la maestra de infantil más capaz de despertar los sueños de la luna en solo doce horas, un auténtico misterio. No nos deja  Sierra, seguirá acompañándonos y coordinando otras labores también importantísimas en Acción Educativa. Pero queríamos agradecerle su entrega durante tres años consecutivos... con un Covarrubias. Ahí queda eso.

Aquella mañana creo que era el momento de reencontrarnos con el tiempo. Para ello el maestro, Federico Martín Nebras recuperaba un antiguo artículo publicado en la Revista de Acción Educativa: "Del coro al caño". En él recogía la experiencia de un alumno suyo que recordaba a través de fotografías su experiencia vital, desde la infancia hasta a adolescencia. Artículo que se iniciaba con los versos de Valente:
En la cima, cielo arriba,
memoria arriba, en el aire...

Como trabajo inicial, nos contaba Federico que los chicos recogían fotografías y hablaban con sus padres de aquellas cosas que les resultaban curiosas. El planteamiento con los miembros del seminario fue distinto y casi de manera espontánea nos pusimos a charlar con los compañeros más cercanos sobre el lugar, la cara, el lunar, el gesto... 

Comenzamos con una introducción oral, algunas compañeras salen a hablar de su fotografía. Todos escuchamos. Puri nos habla de su tienda, cómo su madre, la tendera, colocaba de modo estratégico las latas de tomate, para captar clientes. Cuenta qué le dio la tienda cuando era niña y qué le quitó.

  
Después Llanos, en una fotografía pequeña en blanco y negro donde una niña se balancea divertida sobre la espalda de su madre nos cuenta que viajaban hasta la playa en un tren de madera, nada menos que a Águilas; un tren de tercera en el que pasaban doce horas. Su foto representa la imagen del más cálido de los abrazos.

Modesta nos presenta una curiosa fotografía coloreada. Un patio cordobés al que se atreve a llamar: "mi jardín del Edén". Recuerda que en el patio escuchaba a los grillos y en verano escuchaba el cine proyectándose en un lugar cercano.

A partir de aquí nuestro maestro vaga en sus explicaciones de Dickens a Hoffmann pasando por Andersen y desembocando en Baudelaire: La sinestesia es estrictamente terrenal.

Las imágenes que traemos hoy son la mejor manera de leernos y desleernos. Ahora escogemos una fotografía, en la que somos más pequeños: ¿Qué están viendo esos ojos? ¿A qué atienden? ¿Qué miran? y tras un tiempo de reflexión empiezan a fluir las palabras:

Está dormida, la madre no le quita ojo. Parece tranquila. Sus ojos guardan el sueño sobre su pecho. Escucha su pálpito, todavía no es, todavía no soy o sólo soy tus brazos.
                                                                                              (Raquel Ramírez)

Tras un primer contacto tratamos de crear pareados con cinco fotos construyendo así un ejercicio de escritura infantil: Aleluya, aleluya cada cual cuente la suya...

Atención: nace Raquel
la cuarta flor de un laurel.
Sobre el sofá mira atenta
y su sonrisa despierta.
Sentada con Dominguito
la sujeta del bracito.
En el patiola de la abuela
el corro de tres se cuela.
Nunca tuvo largo el pelo
pero comió caramelo.

Y de los pareados, de un brinco saltamos al Limerick para honrar de nuevo o asustar a Rodari o a la Walsh, después de seleccionar otra fotografía infantil.

Esto era una bailaora
que saltaba a todas horas.
Un día encontró una fusa
envuelta en una pelusa
diciendo ¡soy cantaora!

La bicha de Balazote
salta a la comba sin rebote,
se le manchan los zapatos
y parece un gurripato.
¡Tra-ca trá! suena un azote.
                            (Lourdes)

Veletas... para calmar los ánimos. Porque es complicado reencontrarte contigo en la infancia o n la madurez  y responder a todas aquellas preguntas que nos propone el maestro: La niña me está mirando a mí, a la mujer. ¿Dónde está? ¿Dónde se fueron las cosas? ¿Qué me dice esa niña? Si esos ojos eran mis ojos ¿dónde se fueron?...



Me miro y para mí es como mirarme en un espejo, me hallo en el interior de esa mirada asustad que descubría el mundo; el rostro es el mismo: el labio inferior grueso reflejo del de mi padre, el ceño fruncido, reflexivo; el semblante serio que me acerca más a mí misma que la risa externa que todos ven ahora. El pelo liso, claro, muy claro ahora ya ha virado al color de las castañas del otoño. 
Yo, Ana:
¿Qué se fue en este camino que nos separa? Tal vez el desconcierto de mi rostro dejase allá lejos esas inseguridades que ahora ya no tengo, esos miedos tornados por firmezas.
La niña Nana:
¿Por qué crees que has dejado de sentir este miedo que me acompaña cada noche, ha pasado mucho tiempo y hubo un tiempo en el que dejé de reconocerme en ti;  parecías no ser yo… y eso que cuando te mirabas en la foto desaparecía el abismo…
Y yo te pregunto desde esta distancia ¿estás segura de tantas seguridades? 
                                       (Ana Llorente buscando el reflejo de sus 5 años en sus 43)
 
 
Sigues consevando ese pequeño vestido de pequeña princesa aunque no reconoces apenas las paredes de la casa y el sofá, sí reconoces esos ojos enormes en los enormes ojos de tu hijo como un sinónimo de nosotras; más claros los nuestros, los suyos casi negros. Me alegra que no ahogaste a la niña. La infancia se te descuelga de las sábanas cada mañana y la arrastras como un girón de alegría por todos los espacios que paseas. Yo nunca he dejado de aguantar el baile de los volantes de nuestro vestido en equilibrio eterno sobre el antiguo sofá... Raquel, seguimos las dos soportando tempestades en equilibrio.
(Raquel Ramírez de un año habla con Raquel Ramírez de 37)
 
Finalmente buscamos una fotografía de grupo, familiar y sustituimos a los habitantes del retrato por animales. La intención es crear una fábula en la que cada hombre, cada mujer adopatará un papel inesperado. El resto del trabajo es una mera descripción, un principio fabuloso a la espera de un gran final.

Sobre una foto familiar del bautizo de mi hermano. El día del bautizo del gallo fue una jornada agridulce. El lobo había perdido hacía poco a alguien de su manada. Pero el nuevo gallito cantaba a todas horas devolviendo al lobo y a la leona a la más cruda realidad basada en la supervivencia. El colibrí aguantaba aquellos cantos con estoicidad, cediendo su lugar protagonista a aquel gallo desplumado, rojizo y mal afinado. ¿Qué tremenda tortura traería para tener que cantar de aquella manera?
(Lourdes)

El día del bautizo del pez, la gallina ya desde primeras horas estaba preocupada por cómo iba a sentar a la jauría en el banquete. La paloma no se podía sentar con la oveja, el mono no podía ni ver a la serpiente y por supuesto había que hacer una barrera entre los animales de la selva y los de la granja.

El león como siempre era indiferente a este tipo de problemas. Era un día de fiesta, había que lucir melena, presumir de garras y jugar con los cachorros. El león siempre elige una vida sencilla.
(Raquel de Toro)

Y la mañana se desplomó mansamente, al arrullo de las palabras, sabias palabras de Federico y a la espera de nuestro querido amigo y poeta Antonio que compartía junto a otro amigo, Bernardo, la inauguración de un muro poético en la escuela infantil Zaleo, promotora de tantas experiencias educativas.

Os dejo como recuerdo unas fotos de la mañana.
 
 
 
 



 

 
 


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