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Encuentro literario con Esperanza Ortega


El 17 de diciembre despedíamos al 2011 con una presencia muy importante para todos los miembros del Semianrio de Literatura Ana Pelegrín de Acción Educativa. Sentada en nuestra biblioteca, sonreía y esperaba junto al maestro Federico Martín Nebras, la poeta y profesora de Educación Secundaria: Esperanza Ortega. Desde el mes de octubre hemos estado trabajando en torno a la figura de Esperanza y a su obra: El baúl volador, Las cosas como eran y La mano sobre el papel. Esperanza es una mujer generosa, que transmite con calma y buenas dosis de entusiasmo. Ser alumna suya debe ser un auténtico placer que, los adolescentes, apreciarán con el paso de poco tiempo.

El encuentro se estructuró en tres partes. Tras la presentación de la autora por parte del maestro, Federico Martín, ella inició una sencilla exposición que versaba sobre la gestación de su libro Las cosas como eran:

Comenzar este libro fue como encender una bombilla que hubiera ido iluminando, primero tenuemente y luego cada vez con mayor intensidad, la casa que nos esperaba a la vuelta de un viaje (…) Deambulamos entre las cosas y les preguntamos quiénes eran, pero ellas nos responden quiénes éramos nosotros.
    (Esperanza Ortega, Las cosas como eran. Ed Menos Cuarto)


Nos contó que la obra se formuló a través de anécdotas que ella solía contar oralmente y que luego puso por escrito. Con la idea de recuperar los recuerdos con la mayor nitidez hizo una especie de viaje hacia su infancia; dice la autora, que la memoria de la infancia le parece la más interesante, pues es la que marca la personalidad de un hombre o de una mujer.

Su libro no es tampoco un relato autobiográfico, un libro de memorias tal y como estos se conciben hoy en día. Su idea fue la de crear un libro muy minimalista y descriptivo por eso empezó a hablar de “las cosas”, de “los objetos”.

Comenzó con la ropa, con la idea de rescatar el campo semántico perteneciente a la construcción de los atavíos, la confección, las texturas… No existe un orden cronológico, sólo el de los recuerdos. Dice Esperanza que le cuesta contar de manera normativa porque siempre ha escrito poesía y ella concibe la poesía como un género intemporal, un género que todo lo sitúa en el ahora, en el presente.

Las cosa como eran no tiene un tiempo concreto, los objetos hablan y son escuchados. Salta de la descripción a otra fase del relato cuando es consciente de que hay en esa historia un argumento, unos personajes. El protagonista principal fue su padre. Esperanza vivió la muerte de su padre con la sensación del que ve una película y de ese momento nació el libro: del vacío, de las cosas desaparecidas, del hueco que dejan las cosas cuando ya no están.

Afirma Esperanza: “mi madre tenía un problema: que existía; y la gente que no está se hace mucho más presente, como un mito”  Por esa razón su padre fue el protagonista, el que le proporcionó el vacío.
A partir de la muerte de su padre, a sus diez años, su infancia comenzó a resquebrajarse. Su infancia estuvo también muy marcada por una operación de columna que la obligó a estar en cama durante cinco meses (a mí se me viene a la memoria la vida de Frida Kahlo), justo en la misma cama que murió su padre y aunque no vivió ese período con angustia, sí lo tienen bastante presente; especialmente porque de esos ratos surgió una gran lectora, pues fue la lectura su oficio durante ese espacio de tiempo.

De esos recuerdos Esperanza vuelve a reflexionar sobre la infancia y sobre la misión del arte, de cualquier manifestación artística: “El arte siempre está buscando la intensidad de cuando fuimos niños…”

Las cosas como eran es una novela que tiene bastante de costumbrismo aunque con el sentido de ahondar en la infancia. Por eso muchos lectores ahondan en la suya propia cuando hacen la lectura de este libro.

Este libro significó para ella un recurso, la medida de cómo eran las cosas antes, cómo se veían pero sin ser expresivamente pueril.







Tras la exposición sobre la novela, Esperanza nos propone la realización de un taller que ella llama “Taller de la memoria” cuyo objetivo es el de hallar varios métodos de incitar a la memoria. Entre las posibilidades nos ofrece las siguientes:

LOS OBJETOS:
Se trata de recobrar un objeto desaparecido teniendo en cuenta que la memoria es el deseo de llenar un vacío. Se realiza una descripción del objeto físico, sin literaturizarlo. Para ello hay que huir del lenguaje figurado. Luego, tras esa descripción aparecerá el ambiente, después las personas, los personajes… Tras varias reflexiones sobre la memoria en la época de la infancia, me quedo con una frase de Esperanza que decía algo así como: “la memoria está muy relacionada con el olor, la memoria en la infancia se sustenta en los olores” Especialmente hoy, que nada huele a lo que tendría que oler…hoy que disfrazamos con otros aromas el verdadero olor de las personas, de las cosas.

EL OLOR:
En la descripción del olor se tendría que emplear la metáfora, la sinestesia, la comparación. Usar, especialmente, el lenguaje figurado. Nos conduce a lecturas como: En busca del tiempo perdido de Marcel Proust, El humo dormido de Gabriel Miró o cualquier columna del País escrita por Manuel Vicent.

LOS SUEÑOS:
En el niño los sueños y la realidad no están diferenciados (podemos releer el capítulo de “lo invisible” de Las cosas como eran de la autora) Para volver a los sueños debemos escribir en Pretérito Imperfecto. Lo que pasa en los sueños es pasado, pero no ha sucedido. El sueño es el tiempo sin tiempo y es muy importante en el momento del despertar, pues el despertar es el choque entre un lugar y otro: sueño y realidad. No debemos hacer ninguna interpretación de los sueños. Pensar, para describirlos sólo en lo que se sentía. Nos conduce a la lectura de la obra de Rosa Chacel, Desde el amanecer, memorias de su infancia.

LAS PALABRAS:
El lenguaje, las expresiones son también importantísimas para suscitar el recuerdo. A veces, en entornos especialmente familiares, se emplean palabras que jamás han existido pero que se comparten en el universo de unos cuantos allegados, de un grupo determinado. También podría ser una canción. Nos habla de Léxico familiar de Natalia Ginzburg y de La lengua absuelta de Elías Canetti.

EL COLEGIO:
Regresar a los tiempos del colegio a través del recuerdo, de la memoria. Podemos escoger un conflicto o algo que vivimos desde la visión, algo que le sucedió a otro y elaborarlo a través de un comienzo “in media res” o un simple diálogo. La sensación de realidad pueden aportarla los nombres propios de aquellos que vivieron el suceso. Intentar no contagiar de ideología la anécdota y evitar el punto de vista actual. Nos recomienda: Intramuros de José María Merino, Días de desván de Luis Mateo Díez y El paraíso inhabitado de Ana María Matute.

Otras posibilidades de memorar pueden ser escoger un episodio ridículo de tu vida y narrarlo para quedarte desnudo o relatar un episodio enmarcado en un momento histórico común.

Después de la propuesta, tuvimos un rato de dedicación a la escritura. Escogimos una de ellas y comenzamos a desarrollarlas. Algunas eran historias redondas, otras muy intuitivas.
Como muestra…




RELOJ
En esta mañana gris, Esperanza me ha cogido del brazo y hemos paseado por el bosque otoñal de la infancia. Observaba yo con interés las lindes del camino y al pie de un frondoso castaño estaba mi abuelo.

Mi abuela Incolaza vivió cien años, mujer fuerte y valiente, y a su sombra pasó los días mi abuelo, hombre humilde y sencillo, que no hablaba por no pecar, como ese níscalo que crece oculto junto al tronco de un gran árbol, y el día que sales en su busca está ahí, esperándote, y paladeas el manjar antes de haberlo comido. Mi abuelo tenía un reloj con la esfera amarilla fluorescente, amarillo el color del recuerdo, y correa metálica que había perdido su brillo; Yo creo que su reloj tenía los mismos años que él.

Abuelo, hoy me siento en la mesa camilla con tapete de ganchillo para hablar contigo lo que nunca hemos hablado. Tu tazón redondo de Cola cao para desayunar con pan te hacía tan niño como yo, el niño tímido que siempre has sido. A nuestro alrededor, colgadas en la pared que calentaba el sol estaban las jaulas con tus pájaros: canarios y jilgueros que cantaban como la España de entonces, todos a la vez para no oír su propia voz, pero tu distinguías a cada uno, y  sentías que sus trinos eran el agradecimiento a tus cuidados. Llenaste la sala de pájaros para después de ocho hijos no sentir el silencio del nido vacío, ni el frío y la oscuridad que abrazó la casa la noche que murió Nicolás, el más pequeño, y que velasteis durante dos noches en esta misma sala.

Abuelo, mi infancia se guarda en la esfera de tu reloj amarillo, y en el reloj  que nos pintabas con boli “Bic” en nuestras delgadas muñecas. Tantos y tantos nietos.
¿Siempre tuviste boina abuelo?
¿Por qué solo tú, en toda la familia, tienes los ojos azules?
¿Qué hacía un hombre tan bueno como tú en la guerra de África?
Abuelo te diluiste como un azucarcillo entre tantos nietos. 
                                                                                                          (Mª Teresa Fernández García)

EL ARO
Mi padre apareció en casa con un aro, que había hecho el tío Fausto en su fragua de la casa blanca, soldando dos asas de hierro, de unos cubos que se habían desechado. Se podían ver y palpar las soldaduras de las dos semicircunferencias; formaban una circunferencia  perfecta. Era de color gris mate. Venía acompañado de su gancho, también de hierro, totalmente recto, con un extremo anillado que te servía de empuñadura y el otro extremo en forma de U que era la clave para guiar, dar velocidad, frenar y otros menesteres.

Inmediatamente salí a la calle para jugar con otros chiquillos. Fueron muchos los días que aquel juguete me acompañó. Aprendí a echarlo a rodar, a colocar el gancho para guiarlo, a quitárselo y ponérselo mientras rodaba: todo un reto. Bajé a toda velocidad por la empinada calle de La Cruz con mi hermano y mis amigos para ver quién llegaba antes a la almazara de Jesús del Llano. El sonido continuo y monótono que producían los aros al rozarse con los ganchos y los tintineos cuando daban saltos por la calle empedrada, te sumergían en otra dimensión, la del juego. Conduje mi aro por los veintiséis escalones del jardinillo de abajo, sin que se me cayera una sola vez.

En el jardinillo de arriba lo hacía rodar en círculo alrededor del sauce; sorteaba los rosales y los periquitos; le daba vueltas a las escaleras de la cruz, situada en el centro del jardín; zigzagueaba entre los demás árboles; todo eso andando, al trote, más rápido, más lento. Era un circuito infinito, y su meta: el desvanecimiento del juego, que llegaba sin saber por qué; o por la llamada de mi madre que me reclamaba para volver a casa.

Hace dos años, volví  a jugar al aro en un taller para maestros en una escuela de verano. No era aquel aro, ni aquel jardín, ni aquellos escalones, ni aquella calle empedrada pero me volvió a emocionar.
                                                                                                                               (Paulino Conejero)


UN AROMA  EN MI MEMORIA
Niños y niñas:
llorad por piñas,
llorad bastante
que el tío de las piñas
se va esta tarde.
( Este era el pregón del vendedor de piñones
en un pueblo de Córdoba en los años sesenta).

A la salida de la escuela me había parecido ver al tío de las piñas con su enorme saco al hombro. Tenía un pelo negrísimo y apretaba los dientes porque la carga debía de pesar mucho. Sólo lo había visto, pero no le había oído cantar su pregón.

¿Será que sólo pregonaba en el Barrio Bajo, cuando pasaba por mi calle? ¿Habrá pasado ya por mi casa? ¿Y si sólo va a recorrer El Arenal? ¿Y si se le acaban las piñas? ¿Y si mi madre no lo ha oído? ¿Y si tarda en volver al pueblo?

Con todas esas preguntas sin respuesta inmediata iba, con mi babi blanco y mi cartera de pata de gallo azul y asas doradas, Corredera abajo. Cruzo la plaza y ya estoy en mi calle. Y como una letanía voy repitiéndome en silencio: “que haya pasado, que haya pasado.” Cuando llego al zaguán un cálido aroma a resina de pino me dice que sí, que ha pasado, y que mi madre lo ha oído y que ha puesto cuatro piñas junto al fuego para que mis hermanos y yo pasemos la tarde en el patio, comiendo piñones.
                                                                                                                                 (Modesta Moreno)

VOLVER AL PARAÍSO
Tenía un pasillo muy largo y profundo y daba la sensación de que en él te perdías. El techo era muy alto. Las puertas eran de madera antigua. A veces cuando pasaba hasta el fondo me daba miedo volver al principio, pensaba que el camino recorrido ya no volvería a ser el mismo, tenía miedo de no tropezar. Las paredes estaban llenas de cuadros importantes pintados por grandes artistas, también estaban las pinturas que yo le hacía. Uno de los grandes ventanales del salón daba a un patio muy grande donde se veían a lo lejos las ventanas de otras vidas.
Lo que más me gustaba es que estaba llena de libros, para todos los gustos. Pasaba horas y horas leyendo títulos.
Jugaba a las muñecas, disfrazaba a los muñecos y soñaba con que me hacía mayor.
También tenía olor, olía a cocina casera, a vida, a sueños, a colores, a libros… era la casa de mi infancia y de mi vida…la casa de ella.                                                                                                         
             (Ana María Villar)

LA CAJA DE LAS FOTOS
No era muy grande y a pesar del paso de los años estaba intacta. La abuela la guardaba en el segundo cajón de la mesilla de noche junto a la cama de níquel adornada con una colcha de ganchillo blanca que ella misma había tejido en sus largos ratos de verano, sentada a la conversación de las vecinas en el patio de la casa. Daimiel.

Cuadrada y no muy grande. En otro tiempo destinada a guardar pañuelos de tela que luego la abuela metía en la manga de la rebeca después de cada sonada. En la parte superior de la tapa tenía un plástico transparente que servía de expositor para los pañuelos. Ese plástico suponía la ventana a la que asomarse en la tienda para ver el color, la decoración de la tela e incluso adivinar su textura.

La parte de la caja que servía de continente era de color blanco, de un cartón liso y mate. Esa era la caja en que mi abuela guardaba las fotos familiares. Quizá sólo seis o siete eran en color, aquellas en las que los nietos habíamos hecho la comunión en los últimos años. Mi prima, la que siempre lloraba, salía haciendo "guifos", decía mi abuela con una sonrisa.

Las otras no. Las otras eran fotografías en blanco y negro y por supuesto... mi madre la más guapa y mi padre el más elegante, el más moderno, con esos ojos verdes... Eso me parecía a mí.

La caja de las fotos de la abuela había que sacarla a escondidas, para que no te regañara. Luego, cuando estaba fuera de la mesita ya no había vuelta atrás. Entonces ella se sentaba en el sofá de eskay verde, a tu lado y te contaba con gran algarabía en qué lugar, en qué momento, con qué personas...

Cuando cumplí once años se murió el tío Antonio porque tosía. Un cáncer fulminante. Quince días en el hospital. Con sólo 43 años. La abuela ya no volvió a sentarse a mi lado en el sofá verde del salón aunque muchas veces la sorprendí dando besos pequeñitos y rápidos a una instantánea con la cara de mi tío, con la cara de su hijo que tenía expuesta sobre el aparador de su habitación.

Nadie me lo dijo pero delante de ella nunca volví a sacar del cajón de la mesita la caja de las fotos de la casa de la abuela, los secretos a voces de la abuela.
                                             (Raquel Ramírez de Arellano)

FRASES REBELDES
Hice mi primera comunión en pecado mortal. Bueno, yo no estaba segura de si era mortal o venial el pecado, lo que sí sabía es que aquello, del todo inconfesable, debía de haberlo verbalizado en el confesionario, al sacerdote que, además era amigo de la familia. Don Tomás, un hombre agradable y seguramente comprensivo. Pero no fui capaz de hacerlo y finalmente hice la comunión con aquella mancha sobre mis espaldas, sobre mi vestido blanco y desde luego sobre mi cabeza. Y es que no conseguía dominar el pensamiento. Se disparaba como una yegua salvaje y cabalgaba, no, ¡galopaba! hacia donde ella quería, eso sí, con una frase inmutable sobre su lomo. Una frase que por más que mi voluntad quería modificar, mi caballito trotador se la llevaba imperturbable de aquí para allá. Y ella, la frase, sin caerse del caballo, aferrada a él como si formara parte de su viaje, se paseaba burlona por mi mente con un paso irregular, a veces lento: al trote; otras rápidamente: al galope, escurridiza cuando yo quería echarle el lazo y desterrarla para siempre. Descerebrarla.

No me fue posible.

Aquella mañana de Mayo despejadito de nubes en el cielo, hice mi primera comunión acompañada de una terrible frase persecutoria y resbaladiza: “Dios es tonto".
(Amalia González)

LOS OBJETOS
Yo vivía y casi podría decir nacía en una vieja casa del centro de Guadalajara donde se podía contener todo un imaginario de vida. A veces traslado mi imaginación a los recónditos muros, ahora ya inexistentes, de aquella antigua vivienda. Y aún hoy creo que albergaron la felicidad absoluta que hayan podido contemplar mis entrañas. Asocio mis vivencias en aquella casa con la plenitud de mi vida. Allí me criaron, me amaron profundamente, nunca sentí la carencia amorosa que advendría con la ausencia posterior que te da la vida.

El olor es penetrante, profundo, húmedo y tan del pasado que se diría que forma parte de mis propios huesos… como una venda que los envolviera y protegiera ya de las agresiones externas. Cuando llego a algún pueblo de la Sierra me inundan los aromas del ayer… traen como caricias del pasado que arañan, inconscientemente, mi presente. El humo como perfume de leyendas, el badil sonoro sonido de historias… en mi memoria ha quedado fijado fuego el olor profundo del brasero… las cenizas encarnadas, el vaho caliente que asciende al levantar las faldas de la camilla; los mundos ocultos que se escuchan alrededor de esa mesa caliente con sus gentes apiñadas.

Esa mesa contenía para mí lo que ahora sé es la magia de la vida. En mi casa ya no había brasero, pero yo me sentaba en ése todos los días de mi infancia, has los seis años. El brasero estaba en casa de Rufina en la planta baja junto al patio. Rufina y su rostro  tierno, sus manos pequeñas y arrugadas; ella y su contorno dibujado aún en mi memoria eran pequeños, diminutos pero contenían todo el amor del mundo…

La casa olía a brasas y a los cigarros negros que fumaba, Pedro, su marido, que moriría pocos años después pero que no se llevaría con él su olor como tampoco se llevó las historias que me contaba al calor del amor que se entretejía en ese espacio. Eran historias reales, de guerra, de hambre, de cicatrices… historias de vida, ellos fueron los portadores de todos los mundos. Ella me contaba los cuentos, ella llenó mi imaginario de música y estrellas. Ella me dio su sabiduría popular… ella me dio el sueño de los pájaros..

La casa, su hogar que era el mío, olía al carbón quemado, a las cenizas que contienen el poso de los secretos. A los cigarros de Pedro… a castañas asadas…a bocadillos de miel y a humo. Al humo que acariciaba mis mejillas de niña; que impregnaba toda mi ropa y me delataba en las escapadas furtivas… a la que yo consideraba mi casa.

Recibí ternura a cubos llenos de sus manos ajadas y de la geografía rayada de su rostro. Ahora sé que con ellos aprendí el aprendizaje sereno, profundo a punta de puntada sobre un huevo de madera. Los sabores penetran mi paladar con los sabores de la miel que traía la merienda sobre rebanadas de pan untadas con una mantequilla de cuyo sabor sólo tengo ya el recuerdo. Rufina y el olor a humedad de su casa han encontrado el lugar profundo de mi memoria donde asentarse y acoger desde allí otras experiencias de la vida pero sabiendo siempre que la maravilla nació para mí en esa casa.

Ese fue mi mundo, esa era yo, esa soy ahora fruto real de todo lo que se coció en aquella mesa camilla que me dio los mundos mágicos, me proporcionó la palabra, me brindó la oportunidad de elegir… me convirtió en poseedora de todos los tesoros aún no descubiertos y me dio la fortaleza que con el tiempo me exigiría la vida.
(Ana Llorente)

Antes de marcharse pudimos disfrutar de la Esperanza Ortega poeta. Una mente clara y con una voz limpia, sencilla nos dijo de la poesía: Nunca la tuve, pero me tiene. Evocaciones de Gabriel Mistral: Amo las cosas que nunca tuve.

Esperanza Ortega habla de sus versos como de una poesía hermética, pues piensa que la poesía tiene que guardar un secreto, tiene que se muy púdica, tiene que estar teñida de emoción pero no puede permitirse el lujo de desnudarse. Recita tres poemas de su antología La mano sobre el papel. El primer poema que recita Esperanza pertenece a su libro Hilo solo:

Labor atenta de hilo solo
-sigues tejiendo tu tapiz indócil-

ése que no se ve
ni engaña su hermosura
a los reyes sedientos

una puntada aquí
en el quicio oscilante
donde ayer escondías los más frescos racimos

¿qué será de tus manos
que palpan los tesoros
en los pliegues?

-acaba ya
esta labor de sombras-

reconoce
vencida
que únicamente ofreces hilo solo
y que tu desnudez ha naufragado
sobre un océano
sin límite

pero esta voz
-¿de dónde?-
vuelve cada mañana
con su rama de olivo

Tras el recitado, lento, cauteloso, dice la autora que la poesía es el mundo de lo invisible, pero un mundo que sabes que existe. Es como vivir siempre en una quimera. Es el género literario más apasionante, porque siempre estás a la intemperie.
En segundo lugar recita un texto que pertenece a su libro Como si fuera una palabra, también recuperado en La mano sobre el papel, versos que siente como un homenaje a su madre:

Abandonaron la habitación de madrugada
el plato de la fruta se ha podrido olvidándolos

blanco en penumbra el polvo
de la cristalería

las ventanas cerradas y un adiós soñoliento

sobre la funda del sofá
el calor del verano
aún reposa tendido

un hilo roto
apenas se distingue
en los dibujos de la alfombra

pero ella ha guardado
el arribo del barco de las voces
tan niña es
en el umbral dormido

y el hielo de la ausencia
no la esperaba
derritiéndose

Termina el recital con un  texto perteneciente a su libro Y otros poemas fechados entre 2006 y 2010 diciéndonos, previamente: “un poema nace de un gesto”.

EN UN ÁRBOL ESCRITO
Nunca nada de ellos te había conmovido,
ni siquiera sus nombres.

Recogías del suelo
a veces una hoja desprendida a tu paso,
la mirabas ausente
con tosca indiferencia,
segura de su verdor, que iba responder
con el silencio suyo a tus preguntas, ¿cuándo?

Debajo de tus copas pasó el amor contigo
y aspiraste el perfume
de su hospitalidad ensombrecida,
mas no leíste nunca
su caduca escritura,
los trazos del reflejo inestable del sol
en la sombra que era de tus sueños cobijo.

Ahora no responde, ahora te interroga:
¿desde dónde ha caído esta hoja amarilla
sobre el papel en el que escribes?

Y mientras se deshace
en tus manos su escuálido esqueleto,
le contestas que has visto esta mañana
al mirar a tu hijo
-que de repente es alto, tan alto como ellos-
la esbeltez de sus troncos,
que en su vello incipiente hay restos de resina
e intuyes en sus labios un sabor con raíces.

¿Lo recuerdas ahora? Ése era el mensaje
perenne, de aquella escritura:
en ti había un árbol,
de su copa ha caído esta hoja amarilla.
El árbol que ha brotado de la alfombra invisible
de las horas de espera,
aquél en el que añoras llegar a cobijarte,
bajo la sombra tuya,
junto al tronco soñado
en cuyo cerne estaba escrito este poema.

Gracias, Federico, por acercarnos a una mujer tan interesante, tan armoniosa, tan llena de vida y de poesía. Nunca dejas de sorprendernos…

Gracias Esperanza por este rato literario donde te hemos encontrado arrullada entre tus propias palabras. Gracias Esperanza por ayudarnos a encontrarnos a cada uno de nosotros, aunque sólo haya sido por un rato, en el laberinto de nuestra memoria. Gracias Esperanza Ortega.






En la Biblioteca de Acción Educativa la memoria dormida de las cosas quedó desperezándose de su sueño para contarnos cómo eran.

Comentarios

  1. ME HA ENCANTADO!! GRACIAS POR ESTA GENIAL IDEA

    ResponderEliminar
  2. La mejor idea que se puede tener es aterrizar en Accion Educativa.

    ResponderEliminar
  3. Me han gustado mucho vuestros textos, me refiero a los de Mº Teresa, Amalia, Paulino, Modesta, Ana María, Raquel y Ana. Quien quiera que haya escrito el comentario de mi visita ha derrochado generosidad. Gracias a todas y todos.
    Yo sigo con el tema de la memoria y os recomiendo otros dos libros:
    "Tiempo de vida", del Premio Nacional de Narrativa de este mismo año Marcos Giralt Torrente.Está en Anagrama.
    "Poemas selectos y Visión de la memoria", de Tomas Tranströmer, es el Premio Nobel de este año. La segunda parte del libro son sus memorias de infancia.
    ¿Seguimos en caontacto? Un abrazo fuerte de Esperanza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Esperanza, no hay nada más generoso que llegar a los lugares regalando versos, poemas, experiencias vitales. Muchas gracias por haber estado aquí. Yo espero que sí sigamos en contacto.
      Raquel.

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